viernes, 16 de diciembre de 2011

Pasa la vida


“Los musulmanes se sientan en la puerta de sus casas a esperar ver pasar el cadáver de su enemigo”, esta frase se la he oído montones de veces a mi padre, no sé si es de cosecha propia o si la ha oído en algún sitio, el caso es que creo que tiene mucho de razón esa sentencia tan lapidaria. Hoy me gustaría hablar de una situación muy curiosa del mundo musulmán en general, y de Tánger en particular, la costumbre, me atrevería a decir que es casi deporte nacional, de sentarse a ver la vida pasar, de sin la menor preocupación tomar asiento en alguna terraza de los cientos que hay y ver pasar a la gente, a veces fijando la mirada en alguna circunstancia, otras mirando al infinito o tal vez mirando hacia el recuerdo o el sueño de una vida mejor.

Y es que una de las cosas que más llega a llamar la atención, de quien pasea por las calles y plazas de Tánger, es la cantidad de terrazas que hay puestas durante todo el año, los trescientos sesenta y cinco días, llueva, truene, haga frío o esté cayendo un sol de justicia. Siempre suele haber gente sentada, tomando un té o un café, y, como he dicho antes, viendo pasar la vida. Da igual a la hora que pases pues, como expliqué en su día la gente aquí los horarios los tiene como algo orientativo, siempre hay gente ya sea por la mañana o ya sea a las diez de la noche siempre hay alguien sentado tomando un café o un té, leyendo el periódico o simplemente sentado con las piernas cruzadas y mirando al infinito.
Una de las más concurridas es la del Café París, en la Plaza de Francia.

Un aspecto que resulta chocante para algunos cuando lo vemos es la manera que tienen de sentarse, y es que mientras a nosotros normalmente si vamos a tomar algo con otra persona solemos sentarnos bien en frente o bien al lado pero mirando a la cara de quien está con nosotros, pues aquí la gente se sienta siempre mirando hacia la calle, mirando hacia fuera, hacia la diversión o en el entretenimiento que puede proporcionar ver a la gente pasar para arriba y para abajo, a veces con cierta curiosidad si se tratan de turistas y otras simplemente por cotillear o ver el panorama.

Es cierto que las terrazas suelen estar ocupadas única y exclusivamente por hombres, salvo raras excepciones las mujeres no suelen sentarse en las terrazas, y eso hace que a veces uno pueda llegar a sentirse escudriñado por cientos de miradas anónimas que siguen con especial atención todos tus movimientos, todos tus pasos, tus gestos, incluso lo que uno puede decir, y es que como dije en la entrada de ayer aquí hay mucha gente que a pesar de no hablar el castellano lo entiende perfectamente. No es raro que uno vaya pasando por una terraza y con esta pinta de turistas que uno siempre lleva, por mucho que lo intente uno no puede pasar desapercibido, le saluden con un “¡amigo!” o un “¿cómo estas?”, aunque no te conozcan de nada. También resulta un poco mosqueante, sobre todo imagino que para las mujeres, que mientras uno pasa por delante de una terraza los parroquianos sentados en ella cuchicheen y murmuren a nuestro paso, a veces para comentar algo que les puede resultar gracioso y otras para comentar la belleza o no de lo que ven, creo que esto también suele pasar en algunas discotecas los días de fiesta, si al final no vamos a ser tan distintos.
Es tan raro verlas vacías como ver alguna mujer sentada en ellas.

Yo la verdad es que aún no he probado nunca la experiencia de sentarme en una terraza a ver la vida pasar, ellos se pueden tirar horas y horas, pero creo que si lo hiciera sacaría muchas historias para contaros en este blog, pues seguro que me fijaría en las caras de la gente que pasa y supongo que dejaría volar mi imaginación e intentaría ponerle una vida a cada una de las personas que me llamasen la atención, supongo que tiene que ser un pasatiempo agradable para alguien que tenga la paciencia que tienen los marroquíes, bueno no sé si llamarlo paciencia o llamarlo vivir sin prisas ni preocupaciones.

Una de las cosas que alguna vez he oído a gente que ha venido conmigo aquí de experiencia es  que no entendían como con lo mal que lo pasa la gente aquí pudiera haber gente de brazos cruzados viendo pasar las horas muertas sentados tras una mesa con una café en una de las muchas terrazas que tienen ganado el terreno a las aceras de esta ciudad, y es que para eso hay que ponerse en la piel, bueno más bien en la cabeza, de la gente de aquí, hay que hacer un ejercicio de cambio de mentalidad importante, tan importante que probablemente suponga dar un giro de ciento ochenta grados a la manera de entender la vida que tenemos en occidente, porque aquí todo es más relativo, relativo en cuanto a que las situaciones complicadas y difíciles acaban pasando, “no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista” que dicen las abuelas, y no hay que darle mayor importancia, aquí está bastante arraigada la mentalidad del “ya vendrán tiempos mejores” y de no hacer nada por precipitar esos cambios que hagan que la situación vaya a mejor, hay mucha gente que más que anhelar mejores oportunidades intentan aprovechar al máximo las que tienen, buenas o malas.
Libres de preocupaciones se sientan a ver la vida pasar.

Como ejemplo para ilustrar esto que acabo de deciros hace unos años conocimos a unos chavales que después de estar formándose durante varios años en la escuela de carpintería, que hay en el Centro, les ofrecieron una subvención a fondo perdido para que montaran su propio taller: compraran maquinaria, alquilaran un local, comprasen los materiales…¿oportunidad inmejorable no? Pues los chavales declinaron el ofrecimiento, prefirieron no coger la subvención para montar su propio negocio y se fueron a vender con sus familias al zoco lo que les iba surgiendo, si un día había fruta pues fruta, si había pañuelos pues pañuelos, y es que esa es la mentalidad de mucha gente de aquí, y quizá en ello resida el problema de por qué no cambian las cosas.

En resumen que al final, como tantas y tantas veces, tiene razón mi padre cuando comenta esa frase, aquí todo el mundo se sienta a esperar ver pasar la oportunidad que les haga cambiar de vida, mejorar, tener una situación más favorable, mientras tanto abarrotan las terrazas de los cafés tangerinos y se entretienen, a lo mejor como lo haría yo, viendo pasar a la gente camino de su destino.
A la espera de su oportunidad ven pasar a la gente camino de su destino.

Un fuerte abrazo para todos y ¡¡SED FELICES!!

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