jueves, 19 de abril de 2012

Miércoles

Ayer nuevamente fue miércoles, para tranquilidad de los que leeis el blog lo digo para que, aunque no lo parezca, sepáis que sé en el día en el que vivo. La cosa es que van ya varios miércoles seguidos en los que por unos u otros motivos estoy faltando a la cita que las Misioneras de la Caridad tienen con los chavales que viven en la calle, con los niños de la cola, y la verdad es que lo echo bastante de menos, sobretodo el contacto con esos chavales que, aunque luego te los puedas encontrar en la calle, fuera de esas paredes vuelven a ser esos elementos indeseables para esta sociedad que procura esconderlos e ignorar su existencia.
Fuera de las paredes de la casa de las hermanas, los niños son verdaderas sombras que pululan la ciudad.

Y es que la vida de esos chavales, más allá del momento puntual en el que son atendidos cada miércoles por las hermanas de Teresa de Calcuta, es una vida dura y me atrevería a decir que casi desnaturalizada, pues como comenté en su día son niños, muchos de los cuales no llegan a los quince años, que ya están acostumbrados a vivir en la calle, a sobrevivir, a pelear a cualquier precio por llegar al día siguiente, a alargar un día más su extraordinariamente dura existencia. Yo no dejo de pensar cada vez que voy en los niños que, en prevención de esas situaciones, atendemos en el Centro de Día, en lo afortunados que son y en la suerte que tienen de poder disfrutar de un espacio en el que mantenerse alejados de una realidad que tienen a las puertas de sus casas, no sé si ellos y sus familias valorarán ese hecho, pero desde luego la línea, que algunas de sus situaciones familiares presentan y que les separa de caer en ese mundo, es muy muy fina.

El mayor problema que se puede plantear ante la situación de estos chavales de la calle es el ¿qué hacer con ellos? ¿cómo ayudarlos? La verdad es que la respuesta que desde la casa de las hermanas reciben está bien, pero no cambia sus situaciones, pasado el tiempo pertinente entre el juego, la ducha y la comida vuelven a las calles, vuelven a su adicción y la situación, que por unos instantes ha parecido que cambiaba, regresa con sus mismos problemas. También es cierto que los chavales de la calle se han acostumbrado a vivir a su aire, como auténticos animales creo que dije la primera vez que escribí de ellos, no están dispuestos, en la mayoría de los casos, a abandonar su adicción, no quieren acatar unas normas o unas reglas necesarias para poder entrar en alguna institución de las que, aunque no muchas, hay para ayudarles a salir de las calles. La impotencia de querer hacer más cosas por ellos y no poder suele volver agarrada de mi mano cada uno de los miércoles que acudo a la cita.

Si a alguien se le ocurren ideas por favor no dejéis de compartirlas, tal vez alguno de los que pasais por aquí tiene la solución a esta situación tan dura e impactante, tan cruel que una vez que uno la ve por primera vez no se le olvida jamás.

Espero que el miércoles que viene sí que pueda acudir para retomar el contacto con los chavales y para intentar que aunque sólo sea por unos momentos vuelvan a sentirse niños.

Un fuerte abrazo para todos y ¡¡SED FELICES!!

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